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Llegó sin previo aviso (eso es lo que pensé de primeras) Luego me di cuenta de que llevaba años anunciando su llegada.

Un día, su realidad se resquebrajó.

Parece que su mente ya se cansó de aguantar. La depresión estaba tan integrada en su vida, y tan aceptada en su entorno, que ya ni se sabía quién (o qué) escribía su relato de vida.

Entonces apareció la rebeldía. La bomba emocional que arrasó con todos los cimientos de un cerebro que parecía estar funcionando acorde con las demandas del día a día.

Adrenalina hecha carne y hueso. El vértigo y grandiosidad hechos uno.

La canción que empieza a desentonar dentro de la supuesta armonía. La capa roja que da superpoderes a una mortal. El sabor agridulce del “si quiero, puedo”.

Todopoderosa ella.

Sí, llegó el día en que mi madre se situó en el polo del subidón más extremo. Y yo, la verdad, no sabía muy bien lo que pasaba.

Y al parecer, los más mayores tampoco conseguían entender.

Mi padre comenzó a llamar a todo kiski (en mi tierra se dice así para referirnos a muuuucha gente)

Llamó a mis abuelos. Ellos a mis tíos. Mis tíos le devolvieron la llamada a mi padre. Y este después llamó a su hermana…

El teléfono parecía la salvación aunque mi padre no lo sujetaba con firmeza.

Un grito de auxilio ahogado entre verborrea descarrilada que se quedó en el vacío de la casa.

Un panorama desconocido que bombardeó la fortaleza mental más titánica.

No existían defensas. Pero tampoco existía ataque.

Solo una situación desconocida y sorprendente que nos pilló como un incendio durante un almuerzo.

Todos bailaban al son que había marcado mi madre.

En fin, si ella estaba así de agitada y deseando salvar con tanto ímpetu, a los refugiados desde el salón, era “lógico” que toooda la familia se sumara a ese movimiento.

Lo cierto es que todos se sentían desorientados y la única que parecía saber lo que tenía que hacer era ella.

Sí, aquella mujer que pensaba ayudar a todos y cada uno de los refugiados que andaban sufriendo por Europa del este con tan solo una vela y un triángulo dibujado en el suelo.

Se le veía tan segura. Tan decidida. Tan dominada por esa energía que abdujo su mente y le permitía comunicarse con seres sin forma. Que te hacía cuestionarte si aquello era real o no.

Tomé nota mental y me dije: “María, tu madre está mejor que toda tu familia junta”

Dejando a un lado la incongruencia de su forma de intentar ayudar, mi madre era la que más calma me regaló entre tanto barullo.

Ninguno de mis familiares sabía lo que hacer y todos creían estar haciendo algo.

“Respira, comprende la enfermedad y actúa para resolver esta situación.” Otra nota mental que a día de hoy me repito por si el subidón amenaza con aparecer de nuevo.

Los aprendizajes del fracaso

Arranca todo lo bueno que hay en mí cuando me descuido y le dejo dominar la situación. Coge ventaja, se adueña del sueño, del apetito, de la energía vital.

Toma las riendas de nuestras vidas y nos roba los amigos, las aventuras y los sueños. No tiene piedad una vez se ha liberado de la jaula de la inestabilidad.

Llega la explosión de incertidumbre, desconcierto y desconsuelo.

La soledad interna y la pérdida de su Norte mental me motiva a ir en su busca, rescatarla de la deriva de su pensamiento y de su propia esencia.

Todo suena fatal, pero sienta fenomenal.

Porque después de más de 25 años conviviendo con este trastorno del ánimo, soy quien soy gracias al laberinto retador que este ha construido en mi vida.

En él he encontrado paredes infranqueables en cada recaída. A la vez que flores blancas y frescas llenas de vida, cada vez que le parábamos los pies a los síntomas.

Me he topado con la mayor de las oscuridades paralizantes sin saber qué camino coger. Pero a la vez encontré la luz del amor que llenaba de claridad cualquier noche de vigilia.

Un acertijo que no consigo descifrar, pero que he aprendido a dejar estar con unos límites bien claro.

Una encrucijada por la que sigo caminando con calma.

Pena, rabia, compasión, tristeza, furia, (im)paciencia, agitación, agotamiento…

He pasado por muchas momentos durante estos años. Y sinceramente el que más enseñanzas me ha regalado ha sido el último episodio de manía del 2016.

¿Por qué? Sencillamente porque fue cuando más sola y perdida me vi.

Y es que hay que tocar fondo para darse cuenta de que con solo un fuerte impulso, puedes coger una bocanada de aire y continuar.

Verme en la más completa soledad (aunque rodeada de gente) me hizo darme cuenta de que podía con eso y con mucho más.

Que los límites de la vida no están sino para rebasarlos. Que esos molinos hecho gigantes no iban a marcar la dirección del viento que me mueve por la vida.

Cargas y responsabilidades de madre en cuerpo y mente de hija viviendo a medias.

Sin rumbo, sin reconocer mis propias habilidades. Sin saber qué aportar al mundo para crecer junto a él y ser mejor persona.

Noches interminables de persecución y días de eterna oscuridad con los ojos como platos.

Apetito inexistente e infinitas “conversaciones” (por darles un nombre) que no llevaban a nada.

Todos ellos son los aprendizajes que me hicieron crecer y ser mejor persona. Ahora lo sé.

¿Y ahora qué?

Por fin comprendo mi propósito de vida. Al fin todo lo vivido tiene su razón de ser.

Y te lo cuenta Ana.

Y es que los familiares también necesitamos ayuda para sanar los efectos del trastorno bipolar.

Para convivir con esas mentes que necesitan cuidados y apoyo.

Mentes con bipolaridad. Mentes igual de genuinas que dramáticas. Llenas de luz en forma de maravillosas ideas y repletas de zonas oscuras en forma de autodestrucción.

Claro está que así es como lo ve una simple hija con madre con trastorno bipolar. Nada más. Nada menos.

Así es como vivo desde fuera esta enfermedad, eso sí, llevándola muy adentro.

Por María Tovar

En lugar de seguir absorbida por la enfermedad mental de mi madre y seguir frustrándome por no saber cómo ayudarla ni cómo evitar sus episodios de manía y depresión.

En 2016 decidí pararle los pies al trastorno bipolar.

Aprendí a disfrutar de mi tiempo, mis sueños y mis viajes sin descuidar la estabilidad de mi madre ni por un segundo.

Gracias a años de lectura sobre el funcionamiento del cerebro, inteligencia emocional y mentalidad, conseguí encontrar el equilibrio perfecto para no amargarme la vida por culpa de la bipolaridad.

Hasta hoy hemos evitado a tiempo 3 crisis maníacas y 2 depresivas. Y espero que sigan aumentando porque cada posible recaída me enseña cómo evitarlas con más calma y sin miedo paralizante.

Ahora todos estos aprendizajes los comparto en el proyecto Bailando con Polos.

En él ayudo a otros familiares, de cualquier parte del mundo, a convivir con el trastorno bipolar sin que este controle su tiempo, destruya su salud y acabe con su paciencia y ganas de hacer planes.

¿Quieres ser libre frente al trastorno bipolar y asegurarte de que no controlará más tu vida?

🎁🎁 Disfruta de este video de 20 minutitos para saber cómo evitar la próxima recaída de tu familiar bipolar sin desesperar. 👀👀

Y despídete de una vez del agobio y la impotencia de luchar contra una enfermedad mental que no te deja ser feliz.

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