La niña y la enfermedad mental
Su madre se fue de viaje y resultó no tener billete de vuelta.
Tenía 12 años y no solo estaba deseando que volviera de su viaje a EEUU. Más de 23 años después, todavía la espera sentada.
Volvió, sí. Pero ya nunca sería la misma…
Entonces llegó el día del debut oficial.
Su padre estaba trabajando, como era habitual, y su madre la despertó a base de gritos dirigidos al vecino y al perro.
Lo que decía no tenía ninguna lógica, aún así la pequeña intentaba hablar con ella para calmarla sin éxito.
¿¡Cómo iba a saber que se enfrentaba a un cortocircuito cerebral que desconectó la conciencia y voluntad de su propia madre?!
Una llamada de auxilio a sus abuelos. Y a esperar que el susto pasara…
La subida fue tan empinada y acelerada, que no le dio tiempo a recomponerse del estallido nervioso, cuando de repente presenció la caída hacia la rotunda depresión.
Fue cuestión de horas.
Siguió fuera de sí, aunque esta vez caminando como un zombi hecho polvo tras la aniquilación del brote maníaco.
La cama le dio la bienvenida.
Se tumbó en ella y perdió el habla y la mirada mientras sus hijos le preguntaban por el almuerzo.
Llegan los abuelos y comienza el interrogatorio.
Nada. Ninguna respuesta salía por su boca. Ni siquiera sus ojos respondían frente a los intentos frustrados por hacer que volviera en sí.
La niña les contó la historia vivida y los abueletes empezaron a llamar por teléfono. ¿A quién? A la familia. ¿Para qué? No lo sabían… ¿Qué hicieron después? Llevarla al hospital.
¿Y qué paso entonces?
Volvió de la misma forma en la que se fue. Aunque esta vez algo más drogada.
No pasaron ni 24 horas y ya estaba de vuelta en casa.
Y por si pensaba que lo peor ya había pasado. Sus dolorosas y más que recordadas pesadillas durante su edad adulta, estaban a punto de empezar.
Cada noche era una prueba de resistencia. Dormía con un ojo abierto y cuando su mamá cruzaba el pasillo, corría de putillas para avisar a su padre dormido.
Gritos y exigencias sin control la llevaban de nuevo a una cama que hacía de contención frente a sus impulsos y necesidad imperiosa por moverse por la casa a oscuras y sin rumbo.
Esas noches se alargaban y el padre se despertaba enfadado para ordenar silencio y relax. Su trabajo no le permitía dormir de forma intermitente y con tantos sobresaltos.
Los abuelos fueron al rescate (de nuevo).
Se la llevaron a casa con su niña. Y juntas compartieron litera y unas cuantas horas que seguían siendo igual o más desconcertantes y surrealistas que las anteriores.
Volvieron los delirios. Las alucinaciones. Los intentos de fuga y los minutos convertidos en días y noches sin descanso.
Después de un tiempo, los mayores decidieron alejar a esa chiquilla de un entorno tan complicado y traumático.
Y unos familiares la acogieron en su casa junto a sus 3 hijos, también pequeños.
Empezaba otra inesperada fase a la que adaptarse.
Pocos meses después, esa familia no pudo hacerse cargo de una hija extra. Y decidió que se buscara la vida con ayuda de otros.
Su abuela paterna se hizo cargo.
Las visitas a su madre continuaban. Cada día la veía más callada, más pálida y con menos vitalidad.
Alguna que otra vez se quedaba a comer con ella. ¡Eso sí! Ningún cuchillo podía quedarse sin vigilancia. Porque cualquier descuido podría ser una oportunidad para que aquella madre materializara sus escasas fuerzas por quitarse la vida.
Aprovechaba cualquier oportunidad para esconder su posible liberación afilada para encontrar algún rincón y hacerse daño.
Muchas eran las ocasiones en las que su hija le quitaba de las manos las tijeras o un algo punzante justo antes de utilizarlo para lastimarse.
Era un tanto complicado mantenerla a salvo.
Aún así estar siempre alerta le ayudaba a cuidar de su madre de la mejor manera que sabía o podía.
La hija hecha adulta.
Pasados los años, los papeles se invirtieron y la verdad es que no estaba preparada para ser madre de su propia madre.
Para lo que sí estaba lista era para entregarse en cuerpo y alma comprimiendo fortaleza, constancia y coraje. Eso le aseguraban no despedirse de su mamá antes de tiempo.
Calidad de vida hecha trizas por lo que parecía una fuerza sobrenatural en forma de episodios, más duraderos de lo deseado, de delirios, alucinaciones e intentos de autolisis combinados.
Muchos planes pospuestos o aplazados para un falso mañana. Para otra vida.
Muchos buenos momentos truncados. Innumerables crisis existenciales y nerviosas que no sabía reconocer, ni mucho menos manejar.
“Todo apunta a que usted tiene migrañas” le dijo la neuróloga años después.
Medicación diaria y otras pastillitas para los ataques gordos y ¡hala! a seguir pa´lante.
Eso fue lo que su mente quería pensar. Nada como unas píldoras mágicas para acallar sus miedos y fantasmas.
“Seguro que me ayudan a sobrellevar esto” decía.
La verdad es que ser otra víctima más que solo agacha la cabeza y se medica, era la mejor forma de “afrontar” lo que le tocó en la lotería de la vida.
Lo que NUNCA debes hacer si quieres evitarle un trauma a tu hijo.
Como ves, en esta historia se dieron 2 enormes errores por parte de los adultos.
Error número 1: Tener a la niña durmiendo en la misma habitación de su madre durante su psicosis.
Vivenciando noche tras noche y día tras día (quitando horas de cole) las actuaciones de su madre fuera de sí. Sin que nadie le explicara qué coño pasaba.
Cuando la manía se apodera de la persona diagnosticada, mantenerla en casa y pretender “curarla” junto a la familia es lo peor que puedes hacer.
Para empezar porque la cura no existe. Por mucho amor y protección que le des, el trastorno bipolar es una enfermedad crónica que estará presente de por vida.
¡Eso sí! La forma en la que convivas con ella es tu elección. No es cosa del azar o de mala suerte.
Tienes la opción de vivir junto a la bipolaridad de forma saludable, positiva y enriquecedora.
Aunque lo más común sea sufrirla bajo la angustia, la tristeza y la falta de esperanza.
Si esta no es la vida que quieres tener, decídete a cambiarla y haz todo lo posible, desde el conocimiento, para actuar de forma consecuente.
Error número 2. Alejar al menor de su lugar seguro a lo loco y sin explicarle por qué.
Distanciar a los peques del epicentro del caos puede llegar a ser un acierto e incluso la mejor opción.
Si así es, dadas las circunstancias. Asegúrate de que pase sus días con personas cercanas que le aporten cariño y sensación de familia.
Nada de tirar de amigos o familia lejana que no suelen pasar tiempo con el niño o niña. Que tu prioridad sea asegurar que se sienta en calma y evitar que se vea en un lugar al que no pertenece.
Asegúrate de que elija con quién quiere estar.
Pregúntale y escucha activamente sus preferencias y preocupaciones.
El problemón ahora es otro, pero sigue habiendo una persona con pocos años que está en plena edad de conocimiento del mundo y de sí mismo. Ayúdale a pasar por todo esto y haz lo posible por mantenerle feliz y entretenido.
¿Cómo? Apúntale a practicar el deporte que le guste. A clases particulares para aprender a tocar el instrumento que siempre quiso. Habla con los padres de sus amigos y organiza meriendas y tardes de juego en casa de sus colegas mientras tú te ocupas de tus cosas.
Sea lo que sea. Haz lluvia de ideas con el resto de la familia para encontrar opciones. Y sobre todo. Pregúntale cómo quiere pasar su tiempo libre.
Lo más importante es que esté arropado, atendido y haciendo cosas que le ayuden a seguir adelante con sus aficiones, sus gustos y sus sueños de vida.
Hay que evitar, en la medida de lo posible, que su vida sufra un parón surrealista sin darle ningún tipo de explicación ni atender su crianza ni sus necesidades.
Para saber cómo afrontar esta situación de la mejor manera y darle otra oportunidad a tu hijo para crecer desde el conocimiento de la enfermedad, échale un ojo a lo que te cuenta Mónica en su artículo <<Aprendiendo a convivir con el trastorno de nuestra madre, a respetar y amarla como era>>
Y como broche de oro.
Mira esta escena de Captain Fantastic donde Vigo Mortensen explica a unos niños de forma resumida y clara lo que es el trastorno afectivo bipolar y cómo esta enfermedad le hizo perder a la madre de sus hijos.
¡IMPORTANTE! Ve al minuto 3:29 para ir al momento que te cuento.
¿Por qué no empezar por explicarle a los más pequeños de lo que va el problema y tratarlo con naturalidad y cariño?
Fíjate en la reacción de los que hacen de hijos de Vigo. No tiene desperdicio.
¡Por mamá! 🥂
Por María Tovar

En lugar de seguir absorbida por la enfermedad mental de mi madre y seguir frustrándome por no saber cómo ayudarla ni cómo evitar sus episodios de manía y depresión.
En 2016 decidí pararle los pies al trastorno bipolar.
Aprendí a disfrutar de mi tiempo, mis sueños y mis viajes sin descuidar la estabilidad de mi madre ni por un segundo.
Gracias a años de lectura sobre el funcionamiento del cerebro, inteligencia emocional y mentalidad, conseguí encontrar el equilibrio perfecto para no amargarme la vida por culpa de la bipolaridad.
Hasta hoy hemos evitado a tiempo 3 crisis maníacas y 2 depresivas. Y espero que sigan aumentando porque cada posible recaída me enseña cómo evitarlas con más calma y sin miedo paralizante.
Ahora todos estos aprendizajes los comparto en el proyecto Bailando con Polos.
En él ayudo a otros familiares, de cualquier parte del mundo, a convivir con el trastorno bipolar sin que este controle su tiempo, destruya su salud y acabe con su paciencia y ganas de hacer planes.
¿Quieres ser libre frente al trastorno bipolar y asegurarte de que no controlará más tu vida?
Y despídete de una vez del agobio y la impotencia de luchar contra una enfermedad mental que no te deja ser feliz.
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